La ley del más débil



ENSAYO URBANISMO
Por. Jorge L. Martínez

Siempre he pensado que para todo problema complejo existe una solución práctica y sencilla que lo remedia de raíz. Lo difícil es dar con esa solución. 

Después de leer la Carta de Atenas, me queda claro que ya alguien con bastante visión del mundo y de lo que se venía encima en la modernidad e incluso en la posmodernidad, dejó un claro legado urbanístico que de haberlo cumplido _sino al pie de la letra_ al menos en forma mesurada, los problemas urbanos de la actualidad no existirían, o al menos no serían tan agudos.

Lejos de dar a Le Corbusier el título del “Nostradamus de la arquitectura” pienso que sus lecturas deberían ser obligatorias en los congresos y cabildos y entre funcionarios que regulan el orden público en las ciudades y países.
Sus enseñanzas deberían impartirse como asignatura obligatoria desde la educación básica.
Ahora, cómo saber si no nos estamos equivocando con toda esta parafernalia sustentable y ecológica. Así como en el pasado (hoy se sabe) fue un error construir ciudades para vehículos en detrimento del espacio del peatón. Cómo saber si es un acierto construir ciudades para las plantas.
Y digo, está bien, me parece muy lógico todo lo de devolver el espacio urbano a las personas, pero no parecía muy lógico también (y todavía lo parece) construir grandes vías por los que circulan millones de automóviles contaminando el ambiente, causando ruido, atemorizando y matando a los paseantes y a los mismos conductores.
El concepto de lo sustentable, por cualquier lado que se le mire, no se le ven grietas, reutilizar, cuidar los recursos naturales, tender a lo bioclimático; es perfecto, algo tan limpio, tan fácil de entender es hasta increíble el porqué no se había implementado antes.
Edificio Seagram en Nueva York

Lo que hay

Lo que sí es real es que si no se empieza a reorganizar el espacio público de tal manera que se pueda circular con comodidad tanto caminando, como en un vehículo de motor o sin él, las ciudades seguirán siendo agresivas, agobiantes e inseguras.
Basta caminar un poco por una ciudad, incluso las de primer mundo, para darse cuenta del tenue espacio que separa los automóviles de los peatones de lo agresivo que resulta caminar por las banquetas, no ya por los autos sino por el ruido estridente de bocinas y claxon de autos, gritos y voces de la gente, la conmoción que causan a la vista espectaculares mal escritos, con colores discordantes con el ambiente; las grotescas fachadas de establecimientos comerciales y el poco espacio por el que apenas caben dos personas hombro con hombro. Nada de paseos, nada de tranquilidad y poco que contemplar.
Incluso el espacio que se crea debajo de las marquesinas de los comercios y callejones donde por las noches es peligroso andar a riesgo de resultar asaltado o muerto.
En un principio, las avenidas fueron organizadas para que circularan carromatos, y antes que eso circulaban en caballo e incluso a pie.
Peatones y jinetes podían ir juntos con relativa seguridad, y no fue hasta el siglo XIX que se tuvo conciencia del espacio arquitectónico como tal, del espacio vital y del ser humano como centro de ese espacio.
No obstante se dieron cambios vertiginosos en los próximos dos siglos y antes que se dieran cuenta fueron aislando al hombre de los otros hombres.
El viandante fue relegado a un mínimo espacio de la vía pública y expuesto en un constante peligro a causa de la velocidad y la fuerza con que circulan los autos.
Hubo un tiempo en que las personas no se trasladaban más 30 kilómetros a la redonda de su lugar de nacimiento, el tener la opción de ir de un lugar a otro del planeta con relativa facilidad, trae consecuencias, algunas muy graves.
En las grandes ciudades donde caminar por las avenidas a ciertas horas donde circulan miles de personas en una marea humana asfixiante, lo que me hace pensar en el edificio Seagram que proyectaron Mies van der Rohe y Phillip Johnson.
La obra destaca por encontrarse desfasada respecto a la alineación de la avenida en la que se sitúa, lo que genera al frente de la construcción una pequeña plaza con una lámina de agua a cada lado. Cuando preguntaron al arquitecto van der Rohe por la razón de ello, respondió que  “para poder verlo. Si vas a Nueva York, realmente tienes que mirar a las marquesinas para saber donde estás. Ni siquiera puedes ver el edificio, sólo lo ves desde lejos”. Esa plaza permite a la construcción respirar en medio de un conjunto urbano en el que la densidad edificatoria deja apabullado al espectador.
Esa es la clase de arquitectura a la que aspiraban los arquitectos modernos, la que se puede observar, la que no aplasta al hombre, la que no lo aisla.

Soledad del ser humano

La eterna prisa de las ciudades, donde cada día miles de millones de personas se trasladan a sus centros de trabajo a la misma hora, tratando de usar todos al mismo tiempo el mismo vehículo colectivo o la misma vía al ir cada uno en su unidad móvil; la imagen de ello hace pensar en la soledad.
Esa es la paradoja de la actualidad la aglomeración humana que aisla.
En un principio el hombre se unió a otros hombres en busca de la seguridad, ya que sin compañía se siente desarmado, abandonado a sus propias fuerzas, viviendo en su choza  llevaría una vida de inseguridad, una vida de peligros que lo agotarían rápidamente.
Incorporado al grupo, a pesar de la presión social, en cierta medida se encuentra seguro frente a la violencia, la enfermedad y el hambre.
En los tiempos actuales esa seguridad que gozan los grupos es su propia prisión, de pié ahí en medio de una colectividad el hombre se siente más solo que nunca.

La ciudad del futuro

En la carta de Atenas de 1942, publicada por Le Corbusier se enumeran 95 apartados que brindan una visión clara de lo que las ciudades deberían ser. Incluso la nueva Carta de Atenas del 2003 brinda una visión renovada de estas ciudades y las responsabilidades de los gobiernos, los urbanistas y los distintos actores de la nueva vida en las ciudades.
Mi visión de la ciudad del futuro sería una ciudad más compacta, menos poblada, con menos vehículos, especializada y con más y mejores conexiones entre barrios, otras ciudades y regiones. Ciudades conectadadas con vías rápidas, agradables, sostenibles y baratas entre los lugares de trabajo, vivienda, ocio y cultura.
Donde por un lado se prohibiría de tajo la deforestación y se pugnaría por la recuperación de espacio natural impactado.
Un lugar donde la energía cinética podría ser aprovecharía en las ciudades verticales, donde vehículos individuales que funcionarán por gravedad, por lo que no necesitarán energía para moverse salvo para alcanzar cierta altura.
Imagino una ciudad que aprovecha el espacio subterráneo y la energía calorífica del subsuelo, con inmensos cinturones verdes deshabitados en lugares calurosos cercanos al ecuador del planeta que funcionen como pulmones y limpien el ambiente.
Para evitar el congestionamiento de las vías de comunicación, los horarios de trabajo estarían distribuidos a lo largo del día o de la noche de acuerdo al ritmo de vida del trabajador.
Viviendas que cumplan con especificaciones bioclimáticas mínimas especificadas en la Carta de Atenas, ofertadas a precios económicos, sostenibles, donde el dueño que recupera el valor de su inversión y reduce la renta en beneficio del habitante del espacio y no ambiciona vivir a costa de algo que ya se pago hace muchos años.

Combatir la sobrepoblación

En párrafos anteriores se mencionó que las ciudades ideales deberían ser menos pobladas y más compactas y verticales, tal vez el más grande problema que enfrenta la humanidad en estos días son los miles de millones de personas que habitan el planeta, con necesidades que deben ser satisfechas a toda costa, multiplicándose exponencialmente cada día.
Cómo saber si también la planificación familiar o detener el número de nacimientos es la solución frenar sobrepoblación de los centros urbanos. Puede suceder como empieza a suceder en algunos países de Europa, que las parejas ya no quieren tener descendencia, las sociedades se estancan, frenan su desarrollo, China es un ejemplo de sobrepoblación bien empleada, una de las grandes potencias mundiales en producción.
Las ciudades sobrepobladas, de alguna manera deben encontrar un equilibrio entre el número de pobladores y su ocupación, su habitar y su esparcimiento.

Una visión pesimista del mundo 

Pienso que el concepto de sustentabilidad está demasiado holgado para la sociedad del siglo XXI, podrá haber todos los tratados que sean, mil o dos mil cartas de Atenas, el grueso de la población no tiene manera de entender la preservación y utilización de los espacios, y mucho menos la clase dirigente (políticos y gobernantes), queda la sostenibilidad a resguardo de un mínimo grupo de la población que la puede comprender y aplicar.
Y como bien dice la carta de Atenas, el urbanismo es una ciencia de tres dimensiones, yo le agregaría una cuarta, el tiempo, y mientras la generalidad no sea capaz de entender como funcionan estas dimensiones, y como los actos de uno solo afectan a los millones  restantes, no se podrá implementar el concepto de sustentabilidad, no dejarán de ser sólo parches en un desolado mundo en franca decadencia.
Puede decirse que esta es una época donde todo ha alcanzado el nivel más bajo, las condiciones, políticas, económicas y sociales son de lo más desfavorables.
Los desastres económicos como las recientes crisis financieras e inmobiliarias y las catástrofes naturales, como los terremotos en Japón y otras partes del mundo, así como las manifestaciones multitudinarias que en el ámbito global son un llamado de atención sobre la necesidad de dar un giro al rumbo que el planeta en general lleva.
Lo que se necesita para cambiar todo eso, el poner el poder económico en las manos correctas, tener una clase dirigente con convicción, resolución y visión para implantar las mejores condiciones de vida; tener una población ilustrada para desear y respetar lo que los especialistas idean para la generalidad, y una situación económica que permita seguir el plan, que será extenso. Por donde quiera que se vea hay mucho trabajo por hacer.

Las ciudades brillantes

Quisiera pensar en ciudades brillantes, que se elevan verticales muchos metros hacia el cielo, y se extienden muchos metros también bajo el suelo; en centros urbanos acotados con amplias avenidas iluminadas con sol de día y noche, avenidas donde circulan únicamente vehículos que son movidos con energía limpia, grandes plazas de varios niveles donde la gente pueda reunirse a pasar su tiempo libre, o manifestarse, que haya lugares con toda clase de artefactos de entretenimiento para todas las edades y clases sociales.
Baratos vehículos colectivos para poder viajar a los cinturones verdes donde viven libres animales de toda clase en un equilibrio natural sin la intervención del hombre.
Quisiera ver ciudades productivas, donde cada ciudadano debe ir a su centro laboral caminando si así lo desea, donde andar por las calles y avenidas no sea ya un deporte extremo, o a cada momento se esté en riesgo de ser arrollado, asaltado o muerto a manos de un extraño.
Donde los museos estén accesibles y las tiendas de antigüedades expliquen cómo se vivía en los siglos XX y XXI, que se preserven muestras de los barrios y las viviendas que se ofertaban en esos tiempos y que nunca se pierdan de vista los precios.
Ciudades donde la poca agua que alguien utiliza o los desechos que genera, de inmediato sean rehabilitados y devueltos a una red para ser vueltos a utilizar.
Pero no, no hay nada de eso aún, lo que hay son espejismos, islas artificiales creadas a costa de la quema de los recursos naturales, joyas surgidas de la arena del sufrimiento y la miseria de muchos.

El último eslabón

En resumidas cuentas el problema del urbanismo y la arquitectura queda reducido a cuatro apartados, habitar, circular, trabajar y descansar.
El avance que tenga la humanidad será tan alto como lo tenga el pueblo más atrasado del planeta. El equilibrio se rompe donde se encuentra el miembro más débil de una comunidad.
Y las ciudades sostenibles y ecológicas no tendrán ningún mérito mientras sigan existiendo ciudades que no lo sean.